Campamento Plenitud 2025: Cuidarse para la Plenitud.

Cada verano, la Congregación Pasionista, organiza campamentos y convivencias que han marcado a generaciones. Padres, madres, antiguos alumnos… y ahora, nuestros hijos, nietos y nietas siguen disfrutando de esta tradición. Este año se celebró la IV edición de una propuesta distinta, única, valiente, entrañable: un campamento especialmente pensado para los abuelos.

El Campamento Plenitud 2025, con el lema “Cuidarse para la plenitud”, tuvo lugar del 26 al 29 de septiembre en el histórico Convento de San Pablo, en Peñafiel, un lugar cargado de espiritualidad, paz e historia. Ya que: «Estar en la plenitud de la vida no es una cuestión de edad, sino de actitud de esperanza y de fe.»

Un cambio de roles: los abuelos se van de campamento.

“Me voy de convivencia a Peñafiel”, decía una abuela a su nieto. “¿Y qué vais a hacer vosotros en Peñafiel?”, respondía Javi, alumno de 1º de ESO, con una mezcla de extrañeza y ternura. Luego, como buen nieto responsable, no faltaban sus recomendaciones prácticas: “Abuela, puede hacer frío, llévate ropa de abrigo, zapatillas deportivas… ¡que el abuelo puede patinar si el suelo está mojado!”.

Esa escena, tierna y cotidiana, refleja el espíritu de este encuentro: romper esquemas, dar nuevo sentido a las etapas de la vida, abrir espacios para el crecimiento a cualquier edad. Porque: «La plenitud no es un lugar al que se llega; es una forma de vivir cada etapa con sentido, con fe y con esperanza.»

Con ilusión y algunas dudas propias de lo nuevo, era nuestro primer año, llegamos al Convento el viernes por la tarde. Muchos de nosotros volvían a un lugar donde décadas atrás llevaron a sus hijos. Otros lo pisaban por primera vez, pero todos sentíamos la misma mezcla de curiosidad y emoción.

La acogida fue cálida, humana y sencilla por el P. José María, P. Lázaro, P. Ilbert, D. Félix, Eulogio, Marita, Pedro, Joaquín y Nati, comenzando con dinámicas de conocimiento, con juegos y gestos que reflejaban el estado de ánimo de cada uno de nosotros. Rápidamente se formaron los equipos con los que compartiríamos actividades, juegos y reflexiones.

“Volver a jugar a nuestra edad parece algo sin sentido… hasta que lo haces. Entonces te das cuenta de cuánto lo necesitabas”, comentábamos entre carcajadas y risas.

Sábado: caminar, compartir, contemplar

El sábado se vivió en plenitud desde el amanecer. Tras un desayuno preparado con esmero y mucho cariño por D. Félix, quien además de preparar el café y el pan, servía generosas dosis de alegría y anécdotas, fuimos al campo para la oración de la mañana.

Allí, en plena naturaleza, bajo un cielo limpio y el murmullo del agua, el P. Ilbert  nos invitó a una reflexión profunda: ¿Qué puedo dar? ¿Reconozco el don que soy para los demás? ¿Agradezco lo que recibo?

Las palabras del Salmo 23 resonaron de forma especial: El Señor es mi Pastor nada me falta”. La oración, acompañada por momentos musicales, generó un ambiente de serenidad y paz. “Sentí que, por primera vez en mucho tiempo, mi mente se detuvo y mi corazón se abrió”, dijo una participante. Y “casi” en silencio, el grupo regresó al convento, para continuar con una charla sobre el significado de la plenitud.

Reflexión: ¿Qué es para mí la plenitud?

El P. José María propuso una reflexión en profundidad: ¿Qué es la plenitud en esta etapa de la vida? ¿Cómo se vive desde el cuerpo que cambia, desde el alma que sueña, desde el corazón que a veces se resiente? ¿Cómo vivir la plenitud en esta etapa de la vida, desde la realidad del cuerpo que cambia, las emociones que afloran y la fe que sostiene?

Sus palabras fueron directas y llenas de esperanza. Habló de cinco pilares:

  1. El tesoro del tiempo: regalarse movimiento, rutinas, ejercicio diario, porque estar vivo es celebrar cada día.
  2. El bolsillo sereno: liberarse de la preocupación excesiva por herencias o posesiones. “La verdadera herencia que dejamos es cómo hemos amado”, dijo.
  3. El ritual de la salud: cuidar la alimentación con alegría, no como castigo. Comer con amor.
  4. Corazón en calma: vivir las emociones sin dejarse arrastrar por ellas. Aceptar el duelo, pero no quedarse en él.
  5. La brújula de los valores: preguntarse qué valores han guiado nuestra vida, y si seguimos actuando conforme a ellos.

Estas reflexiones dieron paso a diálogo sincero. Algunos se emocionaban. Otros reíamos. Todos nos sentíamos parte de algo que nos tocaba en lo más hondo del corazón.

Tarde de juegos, bodas de oro y alegría desbordante

La tarde estuvo cargada de emociones. Juegos por equipos, risas espontáneas, una “sana competencia” y una «rivalidad con trampitas» que provocó carcajadas sin parar. Nadie se quedó al margen. El objetivo no era ganar, sino volver a jugar, volver a sentirse parte, volver a vivir la alegría del presente.

Pero el momento más emotivo llegó con la Eucaristía, en la que se celebraron las ”Bodas de oro” del matrimonio Lopesinos Gómez. La sorpresa fue mayúscula cuando sus hijos y nietos aparecieron para acompañarlos. La emoción, las lágrimas, los abrazos… marcaron una Eucaristía que fue fiesta, homenaje y acto de fe.

Velada musical: volver a gritar, volver a ser joven.

Por la noche, el Convento se convirtió en escenario. Karaoke, canciones de antaño, bingo, baile… y gritos. ¡Sí, gritos! Porque muchos no cantábamos, chillábamos de alegría. “Hacía años que no me reía ni gritaba así”. Aquella noche no rejuvenecieron los cuerpos, pero sí los corazones. Fue una regresión a la juventud, al desparpajo, a esa parte de uno mismo que no desaparece con la edad, sólo duerme… y en Peñafiel, despertó.

Domingo: vasijas, perdón y Espíritu Santo

La mañana tras la invocación al Espíritu Santo, comenzó con una oración dirigida por, Eulogio y Marita, centrada en el cuidado propio y del otro, inspirada en las enseñanzas de los Papas Francisco y Juan Pablo II. Se leyó la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10, 25-37) y se reflexionó sobre la llamada permanente a cuidar y dejarnos cuidar, incluso cuando ya no tenemos la energía de antes.

La mañana culminó con la Celebración del Perdón. El P. Lázaro propuso modelar una vasija de barro, símbolo de nuestras vidas: hermosas por fuera, pero llenas de grietas por dentro.“Señor, repáranos. Métete por esas grietas, por donde nos duele, y vuelve a moldearnos con tu amor”. Con recogimiento, se realizó el examen de conciencia, la confesión individual, la acción de gracias…. y sobre todo, el regalo de la misericordia.

Creatividad, vídeo musical y fiesta final

Por la tarde, el Convento se transformó en un plató. Cada equipo debía grabar fragmentos para editar un vídeo musical con el título “Cada día una oportunidad”, con letra y música de Gloria Cruz: “La vida es un carnaval”, con coreografía y actuación. Hubo creatividad, risas, caos… y una gran lección: no hay edad para el arte ni para hacer el ridículo con amor.

A la hora del café, Joaquín dirigía, todos los días, técnicas de relajación que, entre actividad y actividad, ayudaban a soltar el cuerpo y descansar. Luego llegó la Eucaristía de despedida, la cena final y una fiesta alegre que celebraba todo lo vivido.

Lunes: historia, brasas y promesa de volver

El lunes por la mañana y tras la oración, el P. José María ofreció una preciosa explicación sobre la historia del Convento de San Pablo. Con relatos cargados de fe, anécdotas de siglos, y el amor a lo propio, nos hizo sentir parte de esa herencia espiritual.

La mañana concluyó con un paseo por Peñafiel aperitivo y una chuletada sobre brasas de sarmiento, como broche de oro a una convivencia que superó todas las expectativas.

«Gracias por tratarnos como si aún fuéramos jóvenes… porque lo seguimos siendo»

“Podría seguir contando cada momento, cada gesto, cada emoción… pero sería interminable. Solo quiero dar las gracias a quienes nos han tratado con tanto cariño: al P. José María, al P. Lázaro, al P. Wilder y a todos los monitores. “Gracias por vuestra música, paciencia, vuestra alegría y gracias por hacernos sentir que todavía tenemos mucho que dar”, gracias porque tenemos algo que no tienen lo jóvenes: LA EXPERIENCIA.

 

María del Carmen Brasa

Adolfo Sequeiros