Un sí a Dios
Como presagiando lo que había de ocurrir, el pasado sábado, 27 de enero, alboreó con un radiante sol de invierno; de estos que, con unas temperaturas poco usuales para las fechas, calienta el cuerpo y anima el espíritu. Con las primeras luces de la mañana rezamos laudes y pedimos por Mario Díaz del Campo y Francisco Cerritos que, unas horas más tarde, se consagrarían al Señor como religiosos pasionistas.
Después de un año entero dedicado a acercarse más a Dios, y a conocer más y mejor aquello que iban a realizar, después de ponerlo todo en manos del Señor, solo quedaba ya el acto fundamental, el «Sí, quiero»: su profesión temporal.
La iglesia de Santa María la Mayor, una de las dos parroquias de Daimiel, fue la que acogió la ceremonia. Allí nos congregamos, de todos los lugares y ambientes, para acompañar a Mario y a Francisco en ocasión tan distinguida. Religiosos y religiosas pasionistas, mínimas, calasancias, sacerdotes, seminaristas, autoridades, amigos y familia. La iglesia rebosante, y la retransmisión en marcha, buscando hacer partícipes también a todos aquellos que no pudieron acudir. ¿Cómo no unirnos, acompañando y agradeciendo, como pueblo de Dios, a recibir a quienes se entregan a Dios y a ese mismo pueblo?
La celebración, sencilla y emotiva, estuvo presidida por el P. Jesús Aldea, consultor provincial. Las palabras de agradecimiento se sucedieron; Mario y Francisco, conocidos del pueblo, volvieron a presentarse y narraron brevemente el porqué de su vocación. El instante de la profesión, unión sin igual de humanidad y trascendencia, fue seguido del abrazo de paz entre los neoprofesos y los ya consagrados; signo de acogida y, en opinión del que escribe, momento de mayor alegría de la celebración.
Esta terminó, como terminan las celebraciones más significativas, con unas palabras de agradecimiento por parte de Mario y de Francisco. En ellas no solo tuvieron elogios para los presentes, sino que, con buen tino, también se acordaron de los que ya no estaban, pero a los que se seguía queriendo.
Al cabo de la celebración, después de múltiples saludos, abrazos, besos y fotos, la fiesta debida por los nuevos religiosos continuó en el convento. Aprovechando el buen tiempo, pudimos disfrutar de una agradable comida en el exterior; tiempo que aquellos que todavía no habían tenido oportunidad emplearon para acercarse a Mario y a Francisco, para felicitarles, charlar con ellos o darles un pequeño presente, según el caso.
Desconocemos si los neoprofesos pudieron sentarse y comer algo o si, cual novios en la boda, no hicieron más —ni menos— que saludar, compartir, y agradecer a los que allí nos juntamos para celebrar su «sí». Lo que sí sabemos seguro es que la Iglesia y la Congregación —todos nosotros, sin duda— nos alegramos de esta nueva incorporación, de su «sí» al Señor, y les felicitamos por su valentía, su entrega y su amor.